miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lewis Carroll. Enero de 1898. Alice in Wonderland


Ya en Guildford me recibió el circunspecto Hobson, tan exquisito como siempre. Recogió la liviana capa y el equipaje y me condujo a la reconfortante sala con un calor que no sentía pero que le agradecí al bueno de Hobson.

Me ofreció té, lo dejé ir para hacerme con el lugar y restablecer el vínculo nuevamente.
Saqué la carta de Lewis, buscando una lógica al nombre de Richard Wallace. Había estado investigando y no existía ningún rastro sobre él.

Cuando regresó Hobson con el té y las pastas, me comunicó el estado de Lewis, nada esperanzador. La fiebre no bajaba, la respiración acelerada y dificultosa y en estado delirante la mayor parte del tiempo.

No había pensado que su salud fuera tan delicada, hacía apenas un mes y medio que había enviado la carta.

Es muy importante que lo vea ya Señor, me dijo a continuación el mayordomo. Dejé el té y las pastas tal cual las había traído y le repliqué que por favor me condujera hacia él.

La habitación estaba en penumbra, la respiración lo abarcaba todo mezclada con las llamas y el calor.
Me acerqué, tenía los ojos cerrados y las manos al descubierto, delicadas y jóvenes, reposaban sin hacer caso al pecho conmocionado.

Cuando Hobson se retiró, lo llamé con tono débil: “Charles, ¿me oye?”
Abrió los ojos, se quedó con la mirada fija sin decir nada. Pensé en el ahogo. Pero de pronto una voz diferente a la suya volvió a repetir: Ayúdeme, Wallace me está calumniando.
¿Sobre las niñas? pregunté.

Wallace ha escrito que soy Jack el destripador. No pude reaccionar inmediatamente ante lo que estaba oyendo e intenté tranquilizarlo: Charles, he indagado y ese Wallace no existe, nadie ha escrita nada sobre usted.

Cerró los ojos y temí lo peor, pero con un hilo de voz siguió: Sí, existe, por eso lo he llamado a usted. Y ya, de forma entrecortada: tiene que avanzar en el tiempo.

Pensé que el delirio se había mezclado con su mente tan inventiva y  creado un mundo fantasma o que estaba confundiendo ciertas habladurías sobre una posible pederastia, nunca expuesta ni siquiera por el propio Henry Liddell, padre de Alicia.

De pronto algo cambió en él, hasta la respiración parecía mejorar; su mirada se hizo intensa y con una voz más potente:
He sido un niño infeliz, aunque en mis primeros años en  Daresbury todo era fácil. Pero algo teníamos. Todos mis hermanos al igual que yo eran tartamudos  y zurdos.

Hubo traslados, hasta que mi padre fue nombrado canónigo. Toda mi familia había pertenecido al ejército y a la iglesia. Después de una enfermedad quedé sordo de un oído. Y me trasladaron a esa fatídica Rugby School. Se detuvo.

Me quedé inmóvil no quería que ese momento se rompiera.

Vi que le surcaban unas lágrimas y repitió: tres años… tres… tanto… tan duro. Cuando me preguntaban era incapaz de contar las noches. Sólo decía “molestias nocturnas”. ¿Entiende eso? Asentí con la cabeza.
Si hubiese estado ... a salvo de la molestia nocturna, la dureza de la vida diurna se me hubiera hecho, en comparación, muchísimo más soportable.

Odio a los varones, a los niños y adolescentes varones… Por eso me refugié en las niñas y los cuentos para ellas. Nunca les hice daño, jamás abusé de ellas. Las fotos… verlas era la paz para mí. Me dieron siempre miedo los adultos, me hicieron daño… ¿Comprende?

Sólo atiné a decir un sí casi silencioso.

El profesor de matemáticas quiso destacar que yo era un genio que debía seguir con el estudio de ellas. Y ya Oxford fue mi salvación, mi refugio. Desde que pasó todo en la Rugby School, no he podido dormir por las noches, el insomnio me ha llevado a crear complejos  problemas matemáticos y escribir libros sobre ello.

Amaba la fotografía también que me dejaba elegir escenas, personajes. Y ya cuando conocí a las hermanas Liddell, mi vida cambió por completo: los cuentos… Permaneció como perdido y siguió:

Por favor sólo usted puede ayudarme a saber qué pasó…

Voy a hacer todo lo que pueda Charles, me voy a retirar ahora para “investigar” y le comunico lo antes posible. Espéreme ¿Sí?

Asintió y volvió al  mismo estado en que lo encontré.

No había sido el primer contacto con el futuro. Ya lo había rastreado en otras oportunidades, aunque sabía que no debía abusar, ya que era respetuoso con las dimensiones.

Es así como descubro que en el año 1996, Richard Wallace publica un libro: Jack the Ripper, en donde acusa a Lewis Carroll. Realiza un estudio sustentando su hipótesis en el carácter reprimido y la infancia traumática de Dodgson y en numerosos mensajes y anagramas que descubrió en sus obras “Alicia en el país de las Maravillas” y "Silvy y Bruno” que lo vinculan con la obra del autor. Todo en este libro huele a fraude, a la necesidad de este Wallace de crear su fama y vender el libro a costa de Carroll tal como sucedió con otros que siempre han usado personajes famosos o influyentes para llamar la atención.

 Tanto es así que Wallace no reparó en los anagramas de las historias de Alan Alexander Milne tan exactos con los acontecimientos y que curiosamente cuando se produjeron los asesinatos contaba con seis años.

Hice un viaje por los años sucesivos y prácticamente nadie o muy pocos conocían a Wallace y su libro. Ahora, todo es tan claro, el triunfo de Carroll y sus cuentos, los más leídos y famosos. ¿Quién no conoce, aunque no los hubiese leído, Alicia en el País de las Maravillas y A través del Espejo o lo que Alicia encontró allí.
Sólo algunos enfermos hicieron montajes con sus fotos, creando con Alicia algún que otro beso morboso.

Era de madrugada y no quise esperar más. Su familia estaba en el salón; me deslicé hasta su alcoba vacía. Aún seguía respirando como si necesitara todo el aire de Guildford.

Geoge, le dije acercándome a su oído sano, escúcheme por favor. Lo he visto todo, nadie le ha hecho caso a ese oportunista, tengo pruebas… Lentamente abrió los ojos, le mostré un escrito donde el libro era calificado de fraude por todos los expertos del tema. Y el vacío del caso en los años siguientes. No quise mostrarle un arreglo fotográfico por más falso que fuera ya que le reportaría mucho dolor.

Sonrió… extendió una mano hacia mí, le di la mía, la apretó con toda la fuerza que tenía. Y volvió al estado anterior.

Murió ese día; su sobrino, se había quedado con sus diarios. Recogí el equipaje y ya en casa volví a leer A Través del Espejo.

“Mientras Alicia está meditando sobre cómo debe ser el mundo al otro lado del espejo de su casa, se sorprende al comprobar que puede pasar a través de él y descubrir lo que ahí ocurre.”


La caza del Snark Clic


9 de diciembre de 1875
Querida Gertrude:
¿Sabes una cosa? Ya no se pueden enviar besos por correo: el paquete pesa tanto que resulta muy caro. Cuando el cartero me trajo tu última carta, me miró con aire severo y me dijo: «Tiene que pagar dos libras, señor. Exceso de peso». (Creo que me tima. Siempre me hace pagar dos libras cuando deberían ser dos peniques.) «¡Por favor, señor cartero». le dije hincando gentilmente una rodilla en tierra (tendrías que haberme visto arrodillándome delante de un cartero; es una imagen muy bonita), «perdóneme por esta vez! Es de una niña.» «¿De una niña?», gruñó, «¿y qué tienen de especial las niñas? «Que son de azúcar y canela», empecé a decir, «y de todo lo que…» Pero él me interrumpió: «¡No me refiero a esto! Quiero decir qué tienen de bueno las niñas que mandan cartas tan pesadas». «La verdad. no mucho, francamente», dije yo con tristeza.
«Procure no recibir más cartas como ésta», dijo él, «al menos, que no sean de esta niña. La conozco bien y es bastante mala.» ¿Verdad que no es cierto? No creo que te haya visto siquiera. Y tú no eres mala, ¿o sí? Con todo, le prometí que nos escribiríamos muy poco. «Sólo dos mil cuatrocientas setenta cartas», le dije. «¡Ah!», dijo él, «si son tan pocas no tiene importancia. Lo que yo quise decir es que no escribiesen “muchas”.»
Ya ves, a partir de ahora tendrás que llevar la cuenta y, cuando lleguemos a las dos mil cuatrocientos setenta, no nos escribiremos más, a menos que el cartero nos dé permiso. Tu querido amigo,
Lewis Carroll

(Conoció a Gertrude Chataway en 1875.)

Lewis Carroll, Charles Lutwidge Dodgson (Daresbury, Cheshire, 27 de enero de 1832 – Guildford, Surrey, 14 de enero de 1898)


lunes, 4 de noviembre de 2013

Elisabeth de Baviera, Sissi y Nené.

1898 era un año demasiado movido por la Guerra de EE.UU contra España para hacerse con sus colonias de Filipinas y Cuba que ya venía desarrollándose desde el anterior.

No había podido acudir a la Habana a pesar de que Mairin Valdez no dejaba de rogarme de que fuera a estar con ella. Frágil emocionalmente y gran bailarina, había que rescatarla siempre de audaces americanos con afán de conquista. Estaba aterrada ante las perspectivas de una invasión cada vez más cercana. En febrero recibí una foto increíble del Meine acompañada por otra de la bella Mairin que aún conservo. Ese motivo me llavó a Cuba en marzo.









En diciembre había recibido una misiva:

Querido amigo:
No sé si os habéis enterado del escándalo que ha estado provocando hace tiempo un tal R. Wallace. Os necesito, a pesar de que mi sobrino Stuart ha solucionado en parte los rumores, me gustaría que vos os encargarais de “hacer justicia”.
Confío en vuestro próximo acercamiento.
Lewis Carrol


Pero tuve que trasladarme a Ginebra el 23 para para celebrar el cumpleaños al día siguiente y pasar las fiestas con la Duquesa de Baviera, esa Sissi que el tiempo y la historia dejó como princesa de cuento.

Isabel, la de los pocos amantes, insatisfecha y siempre buscando emociones. Anoréxica, bulímica. Una personalidad que he visto repetirse en reinas consortes llegadas, aunque con alta alcurnia, de hogares campestres a casas reales estrictas y de componente fuerte materno.

Tuvimos tiempos felices, pocos entre tantas depresiones y ansiedades. No paraba, le rogaba después de cabalgar más de dos horas que descansara; desde las 5 de la mañana, una lucha infatigable por los deportes, la gimnasia, caminar horas interminables. Comer poco. Ese pelo hasta los tobillos, tan largo… Nunca pude comprender el significado

Hablábamos de muchas cosas, tantas. Como siempre lo más íntimo, lo que debe seguir a oscuras. Durante años borré sus palabras del pensamiento y guardé su imagen, tan bella.

Aquella alcoba en Corfú, una noche de madurez con Francisco lejos contoneando una cintura de avispa. Una vez y la luz mortecina con los cuerpos inmóviles. Sólo las voces y los miedos.


Estaba muy drogada y hablaba de tiempos sin acabar. La acomodé en el lecho donde seguía la historia que la identificaría siempre con cortes y espacios que hacía tanto sabía rellenar.
Acerqué el sillón, me pidió la mano. Me dijo, no hables; quiero que me escuches, que me saques de aquí. Secuestra a mis niños, mata a esa arpía… La voz se iba apagando con las manos apretadas, apenas sentía el pulso y la tragedia en su interior. No podía matar, aunque la sangre se alborotó ante la perspectiva de acabar con Sofía. No pudo ser, cuando clareaba me incorporé, la miré con cierta culpa y le di la espada.

Guardé para siempre una gran colección de poesías donde buscaba una respuesta y solución al destino en una elipse. Las demás fueron escondidas en Suiza y firmaba con el pseudónimo de Carmen Sylva:

"Sentada en la orilla, demasiado tiempo estuve mirando. / El murmullo de las verdes aguas era fascinante. / La tentación se me acercó, demasiado seductora, / obligándome a escuchar las mágicas palabras de las ninfas. // Y cada ola me murmuraba dulcemente: / Deja por fin que tu agotado cuerpo / Encuentre calma y reposo en nuestras aguas de jade, / Este instante liberará a tu alma. // La hora de la tentación ha terminado / Y, cobarde como un perro, regresé".

Teníamos en común el amor por los bosques y los paseos y luchábamos contra las trampas para los animales en aquellos tiempos de Munich cuando salíamos con Nené, una jovencita muy dulce, su hermana ya preparada para el matrimonio.

Con los años, y después del rechazo de Francisco José, me mantuve más pendiente a Nené, Elena, y su vida que en esos momentos alegres, el devenir era insospechable. Que esa mujercita de aspecto bastante varonil y a su vez frágil, pudiera soportar tanto dolor y tan tanta pérdida…

Cuando se casó con el bueno de Maximiliano y fueron naciendo los niños, los cuatro, todo prometía una vida feliz y a su gusto. Pero Maximiliano murió de una enfermedad que no pudieron combatir antes de los 36 años. Recuerdo ese día y su desesperación.
Después todo se iba desmoronando y tuvo que acceder al trono su hijo a los 21 años que muere por salud frágil, hereda su hijo menor que aún no había cumplido la mayoría. Parecía que su hija Isabel le iba a devolver algo de serenidad con una nieta, pero murió al poco tiempo de dar a luz a los 21 años. Todos estos hechos que le causan desesperación desembocan en locura.

Isabel, estuvo todo el tiempo con ella cuando su grave enfermedad y recuerdo que el funeral estuvo impregnado de un gran dolor esparcido hacia todos los habitantes de Ratisbona. Tenía 56 años.


Cuando Francisco se decidió por Isabel y no por Nené, por ese “algo” especial que tenía, entonces es cuando recibo letras tristes, dramáticas: "hace mucho tiempo que he muerto ya…" llegaba a decir. Pero salía la amazona y la libertad parecía apropiarse de ella. Aún el sufrimiento por sus hijos y esa suegra que se los arrebataba…

Su cumpleaños, 61 ya, y las fiestas fueron como en los últimos años después de la muerte de su primo Luis II y el suicidio de su hijo Rodolfo, vestida de negro, con la angustia y la hiperactividad mano a mano. Sin una sonrisa por la dentadura, con pánico a verse vieja. No pude tener el recuerdo de su cara, se negó a las fotos, igual que hacía casi 30 años.

No me miró ni una sola vez… No me dirigió la palabra. Alguien me dijo que seguía abusando de la morfina y la coca.

Esta es mi pintura predilecta, el recuerdo de aquellos años En Possenhofen cuando nos sentíamos libres.


Decidí tomarme unos días en Viena hasta el aviso sobre el estado de Carrol que había empeorado de la gripe en esos primeros y helados días de enero y tenía pulmonía.

Es así como me dirijo a Guildford