Ya en Guildford me recibió el circunspecto Hobson, tan
exquisito como siempre. Recogió la liviana capa y el equipaje y me condujo a la
reconfortante sala con un calor que no sentía pero que le agradecí al bueno de
Hobson.
Me ofreció té, lo dejé ir para hacerme con el lugar y
restablecer el vínculo nuevamente.
Saqué la carta de Lewis, buscando una lógica al nombre de
Richard Wallace. Había estado investigando y no existía ningún rastro sobre él.
Cuando regresó Hobson con el té y las pastas, me comunicó el
estado de Lewis, nada esperanzador. La fiebre no bajaba, la respiración
acelerada y dificultosa y en estado delirante la mayor parte del tiempo.
No había pensado que su salud fuera tan delicada, hacía
apenas un mes y medio que había enviado la carta.
Es muy importante que lo vea ya Señor, me dijo a
continuación el mayordomo. Dejé el té y las pastas tal cual las había traído y
le repliqué que por favor me condujera hacia él.
La habitación estaba en penumbra, la respiración lo abarcaba
todo mezclada con las llamas y el calor.
Me acerqué, tenía los ojos cerrados y las manos al
descubierto, delicadas y jóvenes, reposaban sin hacer caso al pecho
conmocionado.
Cuando Hobson se retiró, lo llamé con tono débil: “Charles,
¿me oye?”
Abrió los ojos, se quedó con la mirada fija sin decir nada.
Pensé en el ahogo. Pero de pronto una voz diferente a la suya volvió a repetir:
Ayúdeme, Wallace me está calumniando.
¿Sobre las niñas? pregunté.
Wallace ha escrito que soy Jack el destripador. No pude
reaccionar inmediatamente ante lo que estaba oyendo e intenté tranquilizarlo:
Charles, he indagado y ese Wallace no existe, nadie ha escrita nada sobre
usted.
Cerró los ojos y temí lo peor, pero con un hilo de voz
siguió: Sí, existe, por eso lo he llamado a usted. Y ya, de forma entrecortada:
tiene que avanzar en el tiempo.
Pensé que el delirio se había mezclado con su mente tan
inventiva y creado un mundo fantasma o
que estaba confundiendo ciertas habladurías sobre una posible pederastia, nunca
expuesta ni siquiera por el propio Henry Liddell, padre de Alicia.
De pronto algo cambió en él, hasta la respiración parecía
mejorar; su mirada se hizo intensa y con una voz más potente:
He sido un niño infeliz, aunque en mis primeros años en Daresbury
todo era fácil. Pero algo teníamos. Todos mis hermanos al igual que yo
eran tartamudos y zurdos.
Hubo traslados, hasta que mi padre fue nombrado canónigo.
Toda mi familia había pertenecido al ejército y a la iglesia. Después de una
enfermedad quedé sordo de un oído. Y me trasladaron a esa fatídica Rugby School.
Se detuvo.
Me quedé inmóvil no quería que ese momento se rompiera.
Vi que le surcaban unas lágrimas y repitió: tres años… tres…
tanto… tan duro. Cuando me preguntaban era incapaz de contar las noches. Sólo
decía “molestias nocturnas”. ¿Entiende eso? Asentí con la cabeza.
Si hubiese estado ... a salvo de la molestia nocturna, la
dureza de la vida diurna se me hubiera hecho, en comparación, muchísimo más
soportable.
Odio a los varones, a los niños y adolescentes varones… Por
eso me refugié en las niñas y los cuentos para ellas. Nunca les hice daño,
jamás abusé de ellas. Las fotos… verlas era la paz para mí. Me dieron siempre
miedo los adultos, me hicieron daño… ¿Comprende?
Sólo atiné a decir un sí casi silencioso.
El profesor de matemáticas quiso destacar que yo era un
genio que debía seguir con el estudio de ellas. Y ya Oxford fue mi salvación, mi refugio. Desde que pasó
todo en la Rugby School, no he podido dormir por las noches, el insomnio me ha
llevado a crear complejos problemas
matemáticos y escribir libros sobre ello.
Amaba la fotografía también que me dejaba elegir escenas,
personajes. Y ya cuando conocí a las hermanas Liddell, mi vida cambió por completo: los cuentos… Permaneció
como perdido y siguió:
Por favor
sólo usted puede ayudarme a saber qué pasó…
Voy a hacer
todo lo que pueda Charles, me voy a retirar ahora para “investigar” y le
comunico lo antes posible. Espéreme ¿Sí?
Asintió y
volvió al mismo estado en que lo
encontré.
No había sido
el primer contacto con el futuro. Ya lo había rastreado en otras oportunidades,
aunque sabía que no debía abusar, ya que era respetuoso con las dimensiones.
Es así como
descubro que en el año 1996, Richard Wallace publica un libro: Jack the Ripper,
en donde acusa a Lewis Carroll. Realiza un estudio sustentando su hipótesis en
el carácter reprimido y la infancia traumática de Dodgson y en numerosos
mensajes y anagramas que descubrió en sus obras “Alicia en el país de las
Maravillas” y "Silvy y Bruno” que lo vinculan con la obra del autor. Todo en
este libro huele a fraude, a la necesidad de este Wallace de crear su fama y
vender el libro a costa de Carroll tal como sucedió con otros que siempre han
usado personajes famosos o influyentes para llamar la atención.
Tanto es así que Wallace no reparó en los
anagramas de las historias de Alan Alexander Milne tan exactos con los
acontecimientos y que curiosamente cuando se produjeron los asesinatos contaba
con seis años.
Hice un viaje
por los años sucesivos y prácticamente nadie o muy pocos conocían a Wallace y
su libro. Ahora, todo es tan claro, el triunfo de Carroll y sus cuentos, los más
leídos y famosos. ¿Quién no conoce, aunque no los hubiese leído, Alicia en el
País de las Maravillas y A través del Espejo o lo que Alicia encontró allí.
Sólo algunos
enfermos hicieron montajes con sus fotos, creando con Alicia algún que otro
beso morboso.
Era de
madrugada y no quise esperar más. Su familia estaba en el salón; me deslicé
hasta su alcoba vacía. Aún seguía respirando como si necesitara todo el aire de
Guildford.
Geoge, le
dije acercándome a su oído sano, escúcheme por favor. Lo he visto todo, nadie
le ha hecho caso a ese oportunista, tengo pruebas… Lentamente abrió los ojos,
le mostré un escrito donde el libro era calificado de fraude por todos los
expertos del tema. Y el vacío del caso en los años siguientes. No quise
mostrarle un arreglo fotográfico por más falso que fuera ya que le reportaría
mucho dolor.
Sonrió…
extendió una mano hacia mí, le di la mía, la apretó con toda la fuerza que
tenía. Y volvió al estado anterior.
Murió ese
día; su sobrino, se había quedado con sus diarios. Recogí el equipaje y ya en
casa volví a leer A Través del Espejo.
“Mientras
Alicia está meditando sobre cómo debe ser el mundo al otro lado del espejo de
su casa, se sorprende al comprobar que puede pasar a través de él y descubrir
lo que ahí ocurre.”
9 de
diciembre de 1875
Querida
Gertrude:
¿Sabes una
cosa? Ya no se pueden enviar besos por correo: el paquete pesa tanto que
resulta muy caro. Cuando el cartero me trajo tu última carta, me miró con aire
severo y me dijo: «Tiene que pagar dos libras, señor. Exceso de peso». (Creo
que me tima. Siempre me hace pagar dos libras cuando deberían ser dos
peniques.) «¡Por favor, señor cartero». le dije hincando gentilmente una
rodilla en tierra (tendrías que haberme visto arrodillándome delante de un
cartero; es una imagen muy bonita), «perdóneme por esta vez! Es de una niña.»
«¿De una niña?», gruñó, «¿y qué tienen de especial las niñas? «Que son de
azúcar y canela», empecé a decir, «y de todo lo que…» Pero él me interrumpió:
«¡No me refiero a esto! Quiero decir qué tienen de bueno las niñas que mandan cartas
tan pesadas». «La verdad. no mucho, francamente», dije yo con tristeza.
«Procure no
recibir más cartas como ésta», dijo él, «al menos, que no sean de esta niña. La
conozco bien y es bastante mala.» ¿Verdad que no es cierto? No creo que te haya
visto siquiera. Y tú no eres mala, ¿o sí? Con todo, le prometí que nos
escribiríamos muy poco. «Sólo dos mil cuatrocientas setenta cartas», le dije.
«¡Ah!», dijo él, «si son tan pocas no tiene importancia. Lo que yo quise decir
es que no escribiesen “muchas”.»
Ya ves, a
partir de ahora tendrás que llevar la cuenta y, cuando lleguemos a las dos mil
cuatrocientos setenta, no nos escribiremos más, a menos que el cartero nos dé
permiso. Tu querido amigo,
Lewis
Carroll
(Conoció a Gertrude Chataway en 1875.)
Lewis Carroll, Charles Lutwidge Dodgson (Daresbury, Cheshire, 27 de enero de 1832 – Guildford, Surrey, 14 de enero de 1898)