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martes, 21 de enero de 2014

Bertrand Russell y la inmortalidad

En 1884 llegué Pembroke Lodge, para escapar del círculo ya conocido en donde mi aspecto empezaba a ser sospechoso.


Gracias a lady Russell, viuda de lord John Russell que me contrata como tutor y preceptor de su nieto, Bertrand que contaba con 12 años, hallé una nueva e interesante salida.

Bertrand tuvo unos primeros días de su vida muy complejos, ya que a los 6 años mueren su hermana y su madre de difteria seguidas por su padre que no pudo soportar las muertes.

Aunque éstos eran de mentalidad liberal, su abuela lady Russell, fue muy estricta de moral y de costumbres, tanto que fue grabando en el nieto el aislamiento, la timidez y la soledad.


Se trataba de un adolescente lleno de inquietudes, de analítica, de miles y miles de ideas que ambos fusionábamos en los jardines y en la biblioteca, lugares donde se sentía arropado y cómodo.

De todas formas no era posible completar su educación sin la gente adecuada, sobre todo de su edad, que lo soltara y pudiera compartir sin necesidad de esconder con el griego cantidad de reflexiones que se iban enriqueciendo con los años.

Mi misión se ceñía no sólo en el campo educativo sino en evitar la depresión y el retiro.

Fue un tiempo de gran aprendizaje para mí también, de estar en contacto con una mente inmejorable, que empezaba a plantearse todos los dilemas del futuro. Y que solía repetir: “Crecí acostumbrado a ampliar horizontes y una vista sin obstáculos de la puesta del sol.”

Una puesta de sol en los maravillosos jardines que compartí durante 6 años, ya que tampoco debía alargar más mi exposición.

Nunca le confié mi secreto ni él sospechó, quizás su mente tan analítica no podía penetrar, o no se permitía, en semejantes consideraciones.

Una vez lejos no dejé de seguir su trayectoria desde que dejó Pembroke Lodge e ingresó al Trinity College de Cambridge para estudiar matemáticas, así es como empieza a despuntar su genio y ya, de la mano de Whitehead es conducido a la sociedad de discusión intelectual Los Apóstoles, donde un grupo de jóvenes brillantes de Cambridge se reunían para discutir cualquier tema sin tabúes, en un ambiente intelectualmente estimulante y honesto.

Al fin, después de tantos años de soledad y represión, una parte de ellos compartida conmigo, Russell pudo expresar sus opiniones e ideas a una serie de jóvenes inteligentes que lo aceptaban con naturalidad y asombro.

Me hubiese gustado conocer a Alys Pearsall Smith, una chica algo mayor que él muy culta y bella con la que se casó nada más graduarse. Una unión tan importante para borrar a ese niño y adolescente solitario sin padres y un ambiente asfixiante.
También mantuvo siempre una gran amistad con George Moore con el cual todos los trabajos mantenían una gran fluidez.


Luego se casó tres veces más. Apenas pude mantener correspondencia, ya que sus viajes eran constantes, llenos de cambios, de perspectivas, de mundos diferentes que enriquecieron su visión, ampliando los puntos de vista y su necesidad de no encerrarse en un axioma. Esta inquietud lo llevó a EE.UU, a Alemania, a Rusia, a China.

Su vida también tuvo tropiezos cuando se declaró pacifista en la Primera Guerra Mundial, que le costó seis meses de cárcel.



Volví a acercarme a su vida ya agitada y popular. Le hice entrevistas, me mantuve muy cerca, ya que le recordaba a su antiguo profesor, del maduro y anciano que se fue haciendo inquieto, que se fue alejando del ostracismo primero que le dio los principios de su base ideológica; ese hombre, que después de la Segunda Guerra Mundial dedica su vida a la lucha contra la guerra nuclear, hecho que lo llevó nuevamente a ser encarcelado. Tenía 90 años.

Y lo que más me asombró fue su aspecto físico, donde sólo las arrugas iban haciendo acto de presencia, pero con una apariencia de tamaño y gestos sorpresivamente regulares.

Estaba presente cuando le dieron el Nobel y en su cuarto casamiento a los 80 años.
Varios periódicos guardan artículos que firmé con un nombre irrepetible y mi adiós a los 97 años a ese pensador que no sólo se dedicó a pensar.




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